Las llaves y a su pequeña amiga eran
todo lo que necesitaba para salir de casa.
Comenzó a caminar hasta llegar a aquel
lugar, al de siempre. Era un lugar como otro cualquiera para todos,
pero ella veía allí un pequeño trozo del mundo donde refugiarse. A
salvo de miradas de conocidos, a salvo de cualquier intruso. Ese era
su lugar.
Se sentó allí, mirando hacia el mar,
sintiendo como el viento movía su pelo con violencia y como el sol
empezaba a calentarle la espalda.
Suspiró mientras escuchaba por los
auriculares de su mp3 una canción deprimente, de esas canciones que
nunca deberían de haberse escrito y mucho menos publicado. De esas
canciones que están hechas para almas errantes, como la suya.
Así que allí, sentada, observando las
pequeñas olas y los pájaros que revoloteaban por encima de su
cabeza, allí, sacó a su pequeña amiga. Esa amiga que, por
desgracia, tantas veces había sacado a pasear. Esta vez era
distinto. Esta vez iba a romper con todo lo anterior.
Subió la manga de su camiseta, dejando
ver cientos de cicatrices que cubrían su piel. Respiró
profundamente y, sin mirar lo que se hacía a si misma, deslizó a su
amiga por su antebrazo, cortando cada anterior herida, cambiando el
sentido para acabar con todo.
Cerró los ojos y dejó caer aquella
jodida cuchilla manchada de sangre. Apretó el puño con fuerza, miró
al frente y su cerebro le mostró lo que tenía que hacer ahora.
Se levantó, caminó un trecho hasta la
casa de la persona a la que más quería en aquel mundo, dejando un
reguero de sangre por toda la ciudad.
Subió a duras penas las escaleras de
aquel edificio, llamó al timbre, le vio y, antes de desplomarse en
aquel frío suelo, hizo lo que debería de haber hecho hacía mucho
tiempo:
-Cariño, ayúdame.
NEVERMIND
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